Había un anuncio en uno de los tableros de la facultad que decía que iba a haber una clase extra, no decía de qué materia ni por que teníamos que ir, sólo la hora y el aula.
Cuando llegué estaba vació el auditorio, pero si era la hora adecuada y el lugar adecuado.
Pensé en irme, pero el proyector ya estaba encendido. Me senté "en el punto ciego" de las gradas, donde yo siempre me sentaba cuando estaba en los primeros semestres. Pasaron unos largos minutos en silencio sin rastro de vida, me iba a levantar pero por la ventana que daba al pasillo vi un grupo pequeño de compañeros siguiendo al exponente.
Entraron los alumnos, los cuales eran muy pocos, se sentaron en diferentes puntos del auditorio y se quedaron callados. Algunos iban en pareja, algunos iban solos, pero lo que me llamó la atención al instante fue el hombre de traje que entraba al auditorio, media al rededor de 1,80, su piel era clara, su cabello oscuro, despeinado, el traje abierto, sin corbata, con un chistoso bigote y una mirada fuerte, facies característicamente extranjeras, caminaba rápido y sus movimientos reflejaban seguridad.
No podía creerlo.
Mi corazón se detuvo.
No podía moverme, quería estar cerca de él y hablar de tantas cosas que con nadie puedo hablar fluidamente, quería que mis ojos y oídos captaran todos los momentos sin perderme de ninguno.
Me levanté de mi lugar, caminé hacia el frente de las gradas y me puse en la primera fila, en donde mejor podía ver todo y no necesitaba alzar la voz para que él me escuchara, y mientras hacia esto él hacia una enorme linea en el pizzarrón de gis que lo cruzaba de lado a lado, sin siquiera percatar que yo existía, por un extremo de la linea él escribió "Ubermensch" y cuando se dirigía hacia el otro lado alzó la voz y preguntó a la persona más alejada algo en alemán, yo no necesitaba conocer el idioma para saber que estaba preguntando, pero sí para responder.
Ahí comenzó mi pesadilla.
Yo no sabía ni una palabra de alemán, ni conocía el auditorio en el que estaba, no quería irme pero tampoco quedarme, yo sabía que ese hombre había muerto hace más de 100 años y que yo y muchos otros aún le recordábamos llevando alguno de sus libros en nuestra mochila, en nuestros viajes, en las vacaciones, en el tiempo libre, solos en el techo de nuestros edificios, solos mientras esperábamos en un auto, en el suelo mientras los demás estudiaban, en la mesa con un café, en la cama antes de dormir, desde hace años sobre nuestra vida, entre nuestros pensamientos, en donde sea, él ya no existe. Todo esto fue un sueño que se volvió lúcido. y nada más.